martes, 13 de noviembre de 2012

Beat the clock

La culpa de todo la tienen los relojes, estoy completamente seguro. Esos malditos mamarrachos se creen mejores que yo. Dicen ser objetivos y son los primeros que me la juegan. Si estoy escuchando a un gran intelectual y gran pesado, puede que el reloj me haga creer que el tiempo no transcurre, y si estoy en una conversación con amigos, todo lo contrario. Además, si no fuese por los relojes, no habría horarios, no habría presiones. Los ingleses se quedarían sin argumentos contra aquellos a los que no nos interesa seguir las reglas del tiempo. ¡Menudo caos provocan los relojes!

El tiempo no existe. Pasa a su antojo y nosotros nos hemos pasado la existencia intentando poner orden a tan ordenadísimo caos. Por tanto somos nosotros los que estamos creando el caos como tal. Nos hemos pasado la existencia encauzando ríos, ordenando la naturaleza, poniendo reglas al espacio, al tiempo y hasta a la energía. Incluso nos hemos atrevido a reglar en nuestro absurdo empecinamiento la forma más pura de arte: La música. Incluso yo mismo escribo según las normas impuestas por el ser humano. ¡Menuda afrenta! Si los dioses se volviesen a enterar de la hybris de los hombres... Devolviendo el caos a un mundo lleno de orden.

El problema del orden en el mundo es que quien puebla el mundo y usa la "razón", no entiende el orden del mismo. El mundo te tiene que traspasar, tiene que ser demasiado para tu entendimiento, tiene que ser como el humo, como el agua de mar en la cesta de mimbre y como la arena en la mano izquierda. Se te escapa entre los dedos. Por eso, prepotentes del mundo, héroes de la soberbia, no podréis medir el tiempo, porque es la forma más perfecta de orden caótico. Porque el caos os sobrepasa, y como no podéis convivir con el pretendéis cambiarlo. Infelices, el día que expliquéis el tiempo, lograréis también explicar su final, de la única forma que se explican las cosas, percibiéndolas.