lunes, 22 de julio de 2013

La muerte de la verdad

El hombre no descansa. El hombre se alza en la cima del mundo. Al hombre se le quedó pequeña la tierra, luego se le quedó pequeño el mar, y luego el cielo. Ha acabado por quedarle pequeño su propio planeta. Ya lo conocemos todo. No sentimos el peligro, somos valientes como niños que trepan a los árboles para sentirse dueños de su propia existencia. Cuestionamos la realidad que sentimos para encontrar la verdad que saboreamos plácidamente en nuestra pequeña torre del conocimiento, rodeados del vacío de la ignorancia.

Lo importante no es todo lo que sabemos, sino todo lo demás.

Creemos que podemos convertirnos en dioses. Podemos predecir el futuro, ganarle la partida al azar y ser dueños de nuestro propio destino. Y sabemos que es así. Pero lo que no sabemos es que podemos no saber algo, y eso es muy peligroso. La oscuridad da miedo. El mal siempre se oculta en la oscuridad y se nutre de la noche. Nos volvemos locos si nos quitan los sentidos porque el solipsismo es algo más que saber que existe una verdad segura, sino que es saber que hay un mundo entero de incertidumbre.

Muere el hombre si no es capaz de saber. Cada cual desea saber cosas distintas pero todo el mundo odia la ignorancia. La noche ya está sobre nosotros, siempre lo ha estado; pero nos conformamos con una linterna que al menos nos deja ver lo que hay justo delante de nosotros, creyéndonos genios si logramos alumbrar más allá de nuestros pies.

Rodeado por la noche, el hombre se cree sabio por haber encontrado la luna.

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